Así que, por su cuenta y riesgo, ya que para la comunidad científica aquello era una aberración, extrajo pus de una pústula de la mano de Sarah Nelmes, una ordeñadora que había contraído la viruela de las ubres de su vaca, e inoculó el virus a un joven de 8 años, James Phipps (el cuál no había padecido la afección).
El niño desarrolló una leve enfermedad que desapareció sin la menor complicación… en 1796 se había probado, con éxito, la primera vacuna. Todavía tuvieron que pasar varios años, y muchas críticas, para que el método de la vacunación se estableciese como medida preventiva de la viruela.
El rey español, Carlos IV, decidió organizar, y financiar, la Real Expedición Filantrópica que llevaría la vacuna de la viruela al continente americano. Pero había un problema… ¿cómo llevar la vacuna en un viaje de 2 meses?
La única forma de transporte era inoculada en el propio individuo. Estos “originales recipientes” debía ser niños, ya que los adultos podían haberse inmunizado y no desarrollar las pústulas necesarias para extraer el virus. Así que, se buscaron “voluntarios” entre los niños abandonados y recogidos en los hospicios que, recordemos, estaban al servicio del Estado (eran los conejillos de indias).
Se calculó que con 20 niños sería suficiente para cruzar el charco. La expedición partía el 30 de noviembre de 1803. Se inocula el virus al primer niño y como no es inmune a la viruela desarrolla la enfermedad, y las consiguientes pústulas, antes de que se cure se vuelve a extraer el virus y se inocula a otro niño y así, sucesivamente, hasta llegar al Nuevo Mundo… Y gracias a los niños vacuníferos, así se les llamó, llegó la vacuna al continente americano.
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