El gobierno de la revolución no sabe que una pluma es más poderosa que una espada...
Carta que hizo temblar a una naciónCarta de Juan Montalvo a Gabriel García Moreno, ante el triunfo sobre las fuerzas del General Franco.
La Bodeguita de Yaguachi, a 26 de Septiembre de 1860
Al Dr. Gabriel García Moreno
Señor:No es la voz del amigo que pide su parte en el triunfo la que ahora se hace oir; ni la del enemigo en derrota que demanda gracia y desea incorporarse con los victoriosos. Mi nombre, apenas conocido, no tiene ningún peso; y no debe esperar otra influencia que la de la justicia misma y la verdad de lo que voy a decirle.
Extraño a la contienda, he mirado los excesos de todos y los crímenes de muchos, lleno de indignación. No digo que todo lo he visto con ojos neutrales, no. Mi causa es la moral, la sociedad humana, la civilización; y ellas estaban a riesgo de perderse en esta sangrienta y malhadada lucha.
Los malos se habían alzado con el poder en este infeliz distrito; y la barbarie no sólo amenazaba, pero también obraba ya sobre la asociación civil. La inteligencia y la virtud pública han rematado vilipendio. Las leyes y buenas costumbres, holladas bajo los pies de miserables incapaces de comprenderlas y estimarlas. La justicia y el derecho, huyendo ante la violencia y la rapiña. ¿Era acaso partido? No; ni facción podía llamarse aquellas asonadas que se hacían a la sombra de bandera tan siniestra: levantamiento de gente sin ley, banda era la que, por felicidad, acaba de sucumbir, y que no tuvo adeptos sino los de perversa inclinación, o los que por violencia estuvieron obligados a seguirle.
El azote pasó. Los grandes criminales deben ser condenados inexorablemente; los secuaces y ciegos instrumentos, generosamente perdonados.
Pero ahora hay que pensar en cosas más serias tal vez,. más serias sin duda. La patria necesita de rehabilitación; y usted, señor García, la necesita también.
¿Cuál es la situación política del Ecuador respecto a las naciones extranjeras? ¿No ha sido invadido, humillado, traicionado? Sólo enemigos ha encontrado en los que, debiendo defenderlo, no han hecho sino coadyuvar a los designios de ambiciosos extranjeros.
Si no preparamos y llevamos a cima una espléndida reparación, no tenemos el derecho, ¡no, señor!, de dar el nombre de país civilizado a esos desgraciados pueblos. Los otros nos rehusarán, y justamente, sus consideraciones,, y todos se creerán autorizados para atentar contra nuestro territorio.
No se alegue nuestra indigencia; que el valor y el honor en todos tiempos fueron recursos poderosos. ¿Y qué sería de la vida misma entre el miedo de los unos y la vergüenza de los otros? Ni son grandes enemigos los que tuviéramos que combatir, y nunca faltan medios de acometer y sostener al que antepone su consideración a su existencia. Ud, debe sentirlo y conocerlo, Ud., señor más bien que cualquier otro.
En su conducta pasada hay un rasgo atroz que Ud. tiene que borrar a costa de su sangre... la acción fue traidora, no lo dude Ud. Mas creo que, si la intención fue pura, sólo hubo crimen en el hecho: un sacrificio al dios de las pasiones, venganza o ambición tal vez. Pero nunca pensó Ud. vender su patria, ¿es esto cierto? ¡oh!, ¡dígalo Ud., repítalo Ud. mil veces! Hay más virtud en reparar una falta que en no haberla cometido: esta es una verdad muy vieja. Borre Ud. un paso indigno, con un proceder noble y valeroso: ¡guerra al Perú!
Si Ud. perece en ella, téngase por muy afortunado: no hay muerte más gloriosa que la del campo de batalla, cuando se combate, por la honra de la patria. Si triunfa, merecerá el perdón de los buenos ecuatorianos; y su gloria no tendrá ya un insuperable obstáculo.
En cuanto a mí, la suerte me ha condenado al sentimiento, sin la facultad de obrar. Una enfermedad me postra, tan injusta como encarnizada, para siempre o tal vez de modo pasajero. Mas, por ahora me asiste el vivísimo pesar de no poder incorporarme en esa expedición grandiosa; porque, si de algo soy capaz, sería de la guerra, pero no en facciones, en luchas fratricidas: la sangre de mis compatriotas inocentes vertida por elevar a un quídam, me horroriza y acobarda. Mas, en una causa egregia, me vería honrado con la simple plaza de teniente, o cualquier otra en que pudiera morir o vencer por mis principios.
Empero, si Ud. tiene no sólo el poder y el valor para abrir esa campaña, sino también el deber de hacerlo, ¿por qué no se haría? ¡Justicia y resolución!, ejércitos irresistibles que inclinarían la suerte a nuestro lado, bien como esas diosas del Olimpo, combatiendo entre los hombres en las antiguas batallas fabulosas.
Mas, si en vez de fijar los ojos en materia tan grande y necesaria, los torna a la satisfacción de mezquinos sentimientos, cuánta desgracia para su país, cuánta deshonra para Ud., cuánto pesar para los buenos ecuatorianos. No lo creo, señor, porque, si sus pasiones son crudas, su razón es elevada. ¿No sería Ud. capaz de separarse de la miserable rutina trillada aquí por todos?
Más fácil es el mal; pero no es imposible el bien. Ensáyelo Ud.; pues, siendo un bello ensayo, tendría positivamente laudables consecuencias. ¡Guerra al Perú!
Si la suerte nos fuere adversa, nos quedará a lo menos el consuelo de haber hecho nuestro deber. Si nos fuere favorable, quitaremos de sobre nosotros este peso, esta carga insufrible de la ofensa, al mismo tiempo que nos restituiremos en medio de la libertad , y de la paz, precursores necesarios de la civilización, sin las cuales en vano la, pretenderíamos.
Pero me queda un temor. Ud. se ha manifestado excesivamente violento, señor García. El acierto está en la moderación; y fuera de ella no hay felicidad de ninguna clase. ¡Cuánto más mérito hay en dominarse a sí mismo que en dominar a los demás! El que triunfa de sus pasiones, ha triunfado de sus enemigos. Virtudes ha menester el que gobierna, ni cólera de fuerza.
La energía es necesaria, sin la menor duda. Pero en exceso y en todo propósito, ¿qué viene a ser sino la tiranía? Los pueblos nunca confiaron el poder a nadie para la satisfacción de inmorales aspiraciones y caprichos, sino para fines muy diversos. "A mí se me ha elevado al trono no para mi bien sino para el del género humano", solía decir un gran emperador de Roma.
Los que disfrutan del poder, si quieren ser amados y honrados, deben tener en memoria esta lección de aquel sabio monarca que, habiendo encontrado un día a un mortal enemigo suyo a quien había jurado venganza, le saludó por este término: "Mi buen amigo, te escapaste, porque me han hecho emperador".
Que el poder no lo empeore, señor. Llame Ud. la razón en su socorro. El alma noble, cuando triunfa, no ve amigos ni enemigos; no ve sino conciudadanos, hermanos y compañeros todos. No digo esto por mí ni por los míos; pues habiendo sido extraños a esta lucha, nada debemos temer; y si algo nos sobreviniera trabajoso y malo, quedaríamos la fuerza de la inocencia y su consuelo. La última persecución que mi hermano ha experimentado, ha sido injusta sí, y por consiguiente atroz: rezagos de viejas prevenciones, memorias de Urvina, nada más. En nuestra escena política, pocos habrán sido tan moderados como él, tan opuesto a las demasías de sus amigos mismos; y en la disensión que acaba de terminar, ninguno más ajeno a toda intriga, ni más aborrecedor de los desmanes de esa gente.
Por lo que a mí respecta, salgo apenas de esa edad de la que no se hace caso; y, a Dios gracias, principio abominando toda clase de indignidades. Algunos años vividos lejos de mi patria, en el ejercicio de conocer y aborrecer a los déspotas de Europa, hánme enseñado al mismo tiempo a conocer y despreciar a los tiranuelos de la América española. Si alguna vez me resignara a tomar parte en nuestras pobres cosas, Ud. y cualquiera otro cuya conducta pública fuera hostil a las libertades y derechos de los pueblos, tendría en mí un enemigo, y no vulgar, no, señor; y el caudillo justo y grande, me encontraría asimismo decidido y abnegado amigo.
Déjeme Ud. hablar con claridad. Hay en Ud. elementos de héroe y de..., suavicemos la palabra, de tirano. Tiene Ud. valor y audacia. Pero le faltan virtudes políticas que, si no procura adquirirlas a fuerza de estudio y buen sentido, caerá como cae siempre la fuerza que no consiste en la popularidad.
Pero consuélese Ud., porque ellas pueden ser imitadas; y sí no las recibimos de la naturaleza, podemos recibirlas de los filósofos y sabios gobernantes. No piense Ud. en Rosas ni en Monagas ni en Santana, sino para detestarlos. Acuérdese de Hamilton y Jefferson, para venerarlos; y eso será ya una virtud, un buen augurio.
Orillado el asunto principal, digo la guerra, como lo ha sido ya, dimita Ud. ante la República el poder absoluto que ahora tiene Ud. en sus manos. Si los pueblos, en pleno uso de su albedrío, quieren confiarle su suerte, acéptelo, y sea buen magistrado. Si le rechazan, resígnese, y sea buen ciudadano.
¿Le irrita mi franqueza? Debe Ud. comprender que en haberla usado, me sobra valor para arrostrar lo que ella pudiera acarrearme si me dirigiera al hombre siempre injusto. Mas al espíritu grandioso suele calmarle la victoria; y la moderación es un goce para él y yo entiendo además que el que lo quiere y lo procura puede mejorar de día en día.
No he pretendido dar lecciones a Ud., señor; no. Todo ha sido interceder por la Patria común; celo y deseo de ver su suerte mejorada. Y si mis palabras tienen poco peso, bien estará concluir con una autoridad tan respetable como antigua, pues había Platón dicho, hablando del gobierno, que: "Los hombres no se verían libres de sus males, sino cuando, por favor especial de la Providencia, la autoridad suprema y la filosofía se encontrasen reunidas en la misma persona e hicieran triunfar a la virtud de los asaltos del vicio".
Los soldados que nos han dominado hasta ahora, pudieron prescindir de toda filosofía; mas los hombres que no son ni pequeñuelos ni ignorantes ¿por qué no habríamos de adoptarla?
Juan Montalvo
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