lunes, 2 de febrero de 2009

A LA HINCHADA LE LLEGÓ SU NOCHE

CUANDO LA EXPERIENCIA Y LA JUVENTUD SE MEZCLAN
LA NOCHE DE LOS JOVENES CON ALMA DE GUERREROS
Los mensajes que mi ahijado me dejaba en el celular, para que lo lleve a ver la Noche Amarilla, me estaban volviendo loco. No tenía escapatoria. La promesa de llevarlo a ver al Barcelona por pasar de año en el colegio, me lo estaba cobrando y con creces.

Entonces, “lo que se tenga que pelar lo voy remojando”, compré las dichosas entradas a General (que por cierto eran del tamaño de un clásico cromo, de los tantos que llenaba de pelado) en la Casa Amarilla, guardándolas celosamente en mi billetera para no olvidarlas en la oficina (con lo despistado que soy).

Pero ahí no comienza la odisea. Para mi desgracia el único transporte disponible era la línea dos, que daba tantas vueltas por toda la urbe que tardó una hora en llegar a mi destino. El tráfico infernal sabatina no permitía que los buses entraran al sector del estadio, desviándolas a todos por los nuevos túneles, por lo que me tocó caminar las tres cuadras restantes, en medio de revendedores, mesas de comidas rápidas para llevar (el famoso guatallarín de $0,50) y camisetas a precios populares amarrados entre poste y poste que iba esquivando uno a uno como trapecista de circo.

Una vez instalado en la parte baja de la “Carlitos Muñoz”, encendí mi radio del celular con recelo por cierto, ya que había unas caras de no muy buenos amigos a mí alrededor. La emoción entró en todo su furor, cuando unas lindas modelos regalaron unos balones, lanzados desde la cancha a las gradas. Nada, por aquí y nada por allá. La Falta de puntería de los chuecos lanzadores, responsables de repartir los esféricos, impidió que me llevara a casa la caprichosa redonda. Solo por un instante pensé que por fin llegaría ese día, al ver que una pelota bajaba en mí dirección, pero la lluvia que aquella tarde empapó mi ropa, no dejó que la agarrara con seguridad. Al contrario. ¡Parecía un Conejo!, lo que fue aprovechado por más de veinte personas que se postraron sobre mi humanidad, quedando aplastado completamente por la turba, que querían llevarse de recuerdo aquel escurridizo balón.

La noche me cobijaba y la multitud me mantenía en calor. “La barra Sur Oscura” hace de las suyas y nos invita a levantarnos de los asientos por unos momentos para entonar algunos clásicos. Aproveché la ocasión para estirar las piernas, que hace rato estaban acalambrados. Empujones por montones, naranjazos teledirigidos desde la platea alta, la bandera desteñida (que alguna vez fue amarilla) cubría nuestros cráneos. El pastelero que ponía dos cucharadas de su ají especial en mí pedido, eran la señal de que la fiesta está por empezar.

Uno a uno subieron la tarima, recibidos como se merecen (aunque había uno que fue insultado). La entrada de Palacios fue la mayor euforia. Con tantas bengalas que encendieron me cayó una en la espalda. El fuego centellante caía en forma de lluvia durante unos minutos. Debieron ser unas docenas de juegos pirotécnicos que encendieron en la barra, que no me explico ¿Cómo diablos entraron estos objetos incendiarios?

Lo jocoso de la noche fue ver a la barra visitante. Eran unos hinchas fervientes del Millonarios. Fueron ubicados por el sector de la preferencia. Su ingreso se realizó por el lado opuesto de los graderíos, por lo que optaron por cruzarse entre una cadena policías, que nada podían hacer ante la turbulencia de aficionados que lanzaban botellas de agua por doquier a los colombianos, poco o nada podían hacer para detener las agresiones. Bastó la gracia de un imprudente, que le arrebató la sagrada bandera amarilla a un apasionado canario para empezar la gresca. Puñete de uno y otro lado se lanzaban. Los gendarmes lograron controlar una batalla que no tendría un ganador. La codiciada bandera regresó a su dueño, que abrazándola volvió a su asiento. Suerte que no pasó a mayores.

El juego empezó, después de tres horas de espera. Globos y cohetes (¿Cómo entraron?) explotaron por decenas. El “Pavo” recibía sus últimos aplausos. Se va un grande. Con él la jerarquía de la zaga barcelonés se despide. Aun quedan en mi memoria el tiro que despejó contra su rostro, un balonazo imparable a un jugador de El Nacional en el campeonato de 1994.

La euforia no se hizo esperar. El gol tan anhelado llegó como caído del cielo. No se cuantos pisotones recibí por esa anotación, pero cuando me toco el tobillo me acuerdo de Palacios ¿No sé porqué? Todo era una locura. La General parecía el mismo infierno. Saltaban, gritaban, se abrazaban como atados de cangrejos. Unos canguiles. Hasta que llegó el empate. La alegría del pobre dura poco. Pero tranquilos chicos, la deuda está saldada.

Al término del partido, me salí con un nudo en la garganta. No sé si por el partido o porque a esa hora no hay buseta para llegar a mi casa. Eso sí, lo gozado no me lo quita nadie. Ni siquiera la porción de “arroz con menestra” que compré para el camino me pondría zancadilla para darle vire. Si así llueve, que no escampe. La noche está larga, igual que la caminata que me pegué hasta una estación de la Metrovía. Este es el comienzo de una dura temporada, que ojalá tenga un desenlace feliz. Que así sea.

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