La historia de uno de los acontencimientos más violentos y avergonzosos de la humanidad, que no deberá repetirse.
Hombre come hombre
A comienzos del siglo XX, Tulsa era un pequeño pueblo de Oklahoma (Estados Unidos) de poco más de 10.000 habitantes. Dos décadas después era una prospera ciudad en la que vivían 100.000 almas. Se había encontrado petroleo en Tulsa y eso la convirtio en una de las ciudades con la renta per capita más alta de los Estados Unidos. Las pequeñas casuchas se convirtieron en altos edificios comerciales y los coches a motor empezaron a llenar las calles. Fue tan impresionante y, sobretodo, tan rápido el enriquecimiento de los habitantes de Tulsa que sucedió algo inaudito: los negros también se hicieron ricos. Uno de los barrios más importante de la ciudad se llamaba Greenwood; pero, debido a que en él vivían unos 15.000 negros, todos ellos prósperos comerciantes, la zona era conocida como el Wall Street Negro.
Todo lo que se necesitó fue una chispa para que el polvorín racial de Tulsa, Oklahoma, estallara con una fuerza brutal. Ocurrió el 31 de mayo de 1921, un muchacho negro de tan solo 19 años pisó sin querer el pie a una chica blanca, Sarah Page de diecisiete años, que trabajaba como ascensorista en el edificio Drexel de Tulsa. Dick Rowland, de diecinueve años, se ganaba la vida lustrando zapatos en la misma calle y aquella mañana, 30 de mayo de 1921, tenía un problema. Mejor dicho, tenía dos problemas: Dick Rowland era negro y se estaba orinando. Los únicos baños para negros en manzanas a la redonda se encontraban en la última planta del edificio Drexler .
Que un negro usara los mismos servicios que un blanco era algo impensable. De igual modo que hacían distintas colas y usaban diferente transporte público, los negros de Tulsa usaban servicios especiales. Mientras que cualquier blanco de la zona podía entrar en la cafetería más cercana o en cualquier otro comercio, para los negros la única posibilidad era el baño de la última planta del edificio más alto.
Rowland entró en el ascensor del edificio Drexler con intención de llegar hasta el último piso. Segundos después, según varios testigos, se escucharon unos gritos femeninos y Rowland salió corriendo del edificio. En el ascensor encontraron a Sarah Page llorando y gritando de forma histérica. Cuando le preguntaron que había sucedido, Sarah no dudó ni un instante. ¡Me ha asaltado un negro!, gritaba
Inmediatamente comenzó la caza del hombre. Sarah Page fue conducida a la comisaria e interrogada por la policía de Tulsa. Cambió su versión varias veces, ofreciendo versiones cada vez más alejadas del asalto que había descrito al comienzo. Admitió que Rowland tan solo se había tropezado al entrar al ascensor y la sujetó del brazo para evitar caerse aunque, posteriormente, volvió a cambiar su versión de lo sucedido contando que Rowland le había pisado un dedo del pie en el que tenía un uñero y que ese era el motivo de los gritos.
Puede que los policías no supieran exactamente cual era la versión verdadera pero lo que si tenían claro era que no había existido ningún asalto. No se admitió ninguna denuncia contra Rowland pero se ordenó a todos los agentes que se centraran en la búsqueda del sospechoso. El objetivo no era encarcelarlo sino protegerlo La prensa sensacionalista tardó poco en hincarle el diente al caso Rowland y el Tulsa Tribune del día siguiente, en una edición especial, incluía un editorial que llevaba por nombre Linchemos un negro esta noche, mientras que en primera plana destacaba el titular: ¡¡Negro ataca chica blanca en un ascensor!!
A Rowland lo detuvo la policía el día 31 en una calle de Greenwood. Tuvo suerte, los agentes no eran los únicos que buscaban al chico. Lo encerraron en la última planta del la Corte de Justicia de Tulsa y el jefe de policía ordenó a sus hombres montar guardia alrededor del edificio. En cuanto corrió la voz de que habían detenido al peligroso negro violador una multitud de blancos se comenzó a formar frente a la Corte de Justicia. Varios de ellos estaban armados y no escaseaban las caperuzas blancas y las antorchas entre la multitud.
A medida que iba pasando el tiempo más blancos iban uniéndose a la masa. Algunos negros armados, unos veinticinco, acudieron para apoyar a los hombres del sheriff, situándose frente a los blancos. La tensión aumentaba cada minuto que pasaba, por más que jueces y predicadores acudieran al lugar a intentar calmar los ánimos.
A las once de la noche, sin que se sepa aun de que lado llegó el primer disparo, comenzó la masacre. A esas alturas de la noche la turba estaba compuesta por más de dos mil personas que cargaron a tiros contra el edificio. Los negros huyeron hacia Greenwood mientras que la policía se encerró en la Corte de Justicia intentando impedir el acceso a los asaltantes. La muchedumbre enfurecida optó por dejar de lado a Rowland y perseguir a los negros hasta su barrio. En Greenwood los rumores de lo que se avecinaba llegaron antes que la turba misma por lo que algunos tuvieron tiempo de armarse para defender sus casas mientras que otros prefirieron abandonar la ciudad a toda prisa. Los atacantes comenzaron a disparar apenas llegaron al barrio negro, aniquilando por igual a aquellos que se les enfrentaban y a los que huían.
A lo largo de aquella noche la Corte de Justicia fue asaltada en varias ocasiones por pequeños grupos pero el grueso de la turba se centró en destruir por completo el Wall Street Negro y a sus habitantes. Los incendios comenzaron alrededor de la una de la mañana y pronto se extendieron por toda la zona. Los negros eran sacados de sus casas y apaleados o tiroteados en mitad de la calle. A los que se negaban a salir, simplemente, los quemaban vivos en sus viviendas. Las jóvenes negras eran violadas en las calles de Greenwood por grupos de blancos.
Cerca de 35 edificios de Greenwood fueron reducidos a cenizas y saqueados. Vehículos de todo tipo, conducidos por blancos, rugían por las calles arrastrando cadáveres de negros atados a los parachoques traseros. Un negro anciano y tullido fue arrastrado vivo detrás de un coche.
Conforme las hordas blancas pasaban por las zonas negras, las mujeres blancas les seguían con bolsas que llenaban con las joyas, la plata y las cortinas saqueadas de las propiedades negras. El mobiliario pesado y muchos pianos fueron destrozados, mientras que los coches se despiezaban o se les robaban los neumáticos. A la mañana siguiente casi todo Greenwood estaba en ruinas, con 1.115 casas quemadas y arrasadas, cinco hoteles, 31 restaurantes, un colegio, un hospital, una biblioteca y doce iglesias. Un hombre del KKK fue entrevistado en su vejez, y afirmó que volvería a hacerlo. La violencia y el ensañamiento llegaron a tal punto que seis biplanos de la Primera Guerra Mundial que había en un aeródromo cercano fueron robados y usados para bombardear la zona. Desde el aire, tiroteaban a los negros y arrojaban bombas caseras de queroseno. Cuando, a las nueve de la mañana del día siguiente, la Guardia Nacional llegó al lugar ya no quedaba nada de Greenwood ni de sus habitantes.
Los negros que no habían huido estaban muertos o encerrados en campos de detención improvisados. En una sola noche, el único barrio negro próspero de los Estados Unidos quedó reducido a cenizas. Viviendas, fábricas y comercios desaparecieron y fueron saqueados. Las estimaciones más aceptadas actualmente estiman que unos 20 blancos y más de 300 negros murieron aquella noche. Además del cerca de un millar de heridos de gravedad, casi todos ellos negros. El genocidio de Tulsa se mantuvo oculto y se eliminó cualquier mención al mismo de los libros de historia estadounidenses. Hasta la década de los 80 el incidente no fue admitido de forma oficial.
No se investigó lo sucedido hasta 1997. En 2003 se inició una causa contra el estado de Oklahoma en la que se exigía una compensación para la comunidad negra de Tulsa en forma de ayudas e infraestructuras para Greenwood. La causa fue desestimada. Nadie fue detenido por lo sucedido en Tulsa aquella noche y, pese a las numerosas peticiones, nunca se ha autorizado la busqueda de las fosas comunes donde fueron arrojados los cientos de cadáveres.
Fuente: Historia Universal